Nunca seguiste ninguna de las normas de viaje. Y ninguna estación correspondía con la línea que conectaba los lunares de tu espalda. Solías esperar fuera del andén, solías jugar a desprenderte, a perderte, a depender del desdén, a ser efervescente, a pretender retenerme. Y fue así como terminaron en el contenedor de las dudas todas tus sugerencias y todas tus absurdas reclamaciones. Descarrilaron inspecciones y controles tras los que una y otra vez volvíamos a empezar. Asientos reservados a los celos, retrocesos claros encargados de vislumbrar como todo aquello se acababa. Tú, a pesar de tener prioridad total, destrozabas grafitis, dibujando con tizas trazos de suturas hechas trizas.
Cuántas salidas de socorro necesitaba romper para que vieras que a gritos estaba pidiendo ayuda. Y es que yo solía viajar en dirección contraria a tu risa, cediendo el paso a tus errores, parando ante cada emoción, pero siempre terminaba repitiéndome las mismas palabras: en caso de emergencia tirar las dudas del corazón suicida. Intenté rebasar la línea que separaba tu cielo del mío. Corrí para no perderte, busqué aliento y solicité tu parada, no te alcancé. Te busqué en objetos perdidos, pero el frío comenzó a controlar a todos los no se permite que congelaban mareas atrapadas en la arena. Iban ya cien cristales sin reflejo, viviendo en blanco y negro, esperando encajar en tu mundo gris. Y yo, harta de cada una de las condiciones del viaje, seguí viajando sola, sin título de transporte.

Foto y texto #MariposasNómadas